Mai contenta, se dice en italiano: nunca satisfecha. Digamos que se puede ver de forma positiva. Digamos que es un querer buscar la perfección. Digamos que a veces soy tiquismiquis. Digamos que no necesariamente lo que tiene el sabor más bueno o es técnicamente mejor es lo que me hace más feliz.
El café ha ido mejorando en España, aunque sobre todo ha mejorado mi residencia: el cambio cafetero de Sevilla a Santiago es abismal. Ahora a veces me encuentro con cafés imbebibles, la mayoría son dignos y algunos muy buenos. Pero la verdad es que para mi el café no es (sólo) la bebida, el local tiene su importancia. Puedo recorrer mi vida por los cafés donde he pasado el tiempo, desde los de Viena donde me tiraba horas con 16 años pasando por los de Venecia donde echaba las tardes con Michele hasta los que visito todas las mañanas ahora en Santiago cuando salgo a andar y luego paro a leer el periódico.
El café para mi es un estado mental, un lugar donde estar bien sola con mis papeles antes y (también) mis pantallas ahora, donde encontrar a alguien por casualidad, donde quedar. El café en la taza es importante, pero la verdad es que más me puede lo que hay alrededor, porque al fin y al cabo siempre puedes pedir un colacao pero el ambiente no se puede cambiar.
En las últimas dos semanas he ido a tomar café a algunos sitios comentados en prensa y redes. Café de origen, tostado por ellos, máquinas bien cuidadas, personal formado. El café, rico, aunque con este tueste ligero que -no sé si es moda o verdad granítica o cuestión de gustos- a mi no me vuelve loca. Vamos, que el problema de las pócimas que tomaba en Madrid en 2001 o en Sevilla a día de hoy no es el origen o el tueste, el problema es que compran café pésimo, ni saben que tienen que cuidar las máquinas, extraen el doble de lo que deberían y la leche además de UHT está quemada. Así que parece que hemos pasado del café achicoriado requemado al café natural de tueste ligero (yo tengo mis dudas de que el Arábica sea el Único Café Bueno, y no estoy sola en esto…), dejando en medio la opción de café tostado de toda la vida pero bien hecho y cuidado. Lo que por ejemplo no es difícil encontrar en Portugal o Italia -y a precios de risa.
Hablo del precio, sí -una constante por aquí- porque la relación precio/felicidad (RPF) es importante. Porque para estos cafés en Madrid y Barcelona he pagado entre 2,30€ y 3€ -en todos los casos he pedido «un café con leche grande»- y la RPF ha sido regular. El café ok, el hipsterómetro petándolo fuerte, pero la felicidad… yo no me he sentido feliz. Entonces pienso ¿qué debería mejorar para ser más feliz?
¿Si el café fuera más del tipo que me gusta a mi? Sí, pero… no es eso. Lo decía antes, siempre puedes pedir un colacao. Al fin y al cabo en Santiago a veces voy al Paradiso, cuyo café no es muy allá, pero disfruto de esas mesas de mármol y de esos espejos reconcomidos.
¿Si el precio fuera al revés, 1,20€ en el de moda y 3€ en el café donde estoy más a gusto? Creo que iría donde estoy más a gusto, aunque igual podría ir menos a menudo. Así que tampoco es eso.
¿Si ese café lo pusieran en el sitio donde estoy a gusto? Iría, sin dudarlo.
Es el estado mental, la temperatura, la piel. Un café -el lugar- es piel.